jueves, 16 de octubre de 2008

EL DÍA EN EL QUE LE TOQUÉ UN HUEVO AL PRÍNCIPE

Era una bonita tarde de otoño cuando llegué a casa puntual a mi cita con los Caballeros del Zodiaco. Las 18:30. Entro en el salón y me encuentro a mi hermano y a mi abuelo compitiendo por el título de campeón de comerse más galletas a la vez. Me uno a ellos, que ya están calientes, y mi actuación queda en un discreto tercer puesto. Sólo cinco galletas. Mi hermano mayor ha conseguido comerse ocho, a tan solo una galleta de la plusmarca mundial que ha establecido mi abuelo con un total de nueve. Pienso en la tía del canta-canta. Con la panza a punto de explotar nos repantigamos en el sofá. Andrómeda lanza sus cadenas contra algún esbirro del mal.

-Ricones. – empieza mi abuelo. Hoy viene el Príncipe a Murcia. ¿Queréis que vayamos a estrecharle la mano?

No sé cómo es la cara del Príncipe porque sólo tengo nueve años y todavía no están de moda los putos programas del corazón, pero lo que sí sé es que ese príncipe debe ser un tipo muy importante porque la cara de su padre está enmarcada encima de la pizarra de clase. Acaba el capítulo y nos ponemos en marcha.

Por el camino mi abuelo nos cuenta otra vez el cuento del caballo Moro y mi hermano y yo lo flipamos en colores. Sobretodo con la parte en la que el caballo Moro echa una mierda de metro y medio de alto. Las tortillas de la abuela...ya se sabe.

Cuando llegamos al banco de España (o algo de eso; ya no me acuerdo o nunca lo supe) una multitud rodeaba la puerta. El joven Príncipe de verdad causaba sensación. Atravesar el océano de “fanes” se me antojó imposible. Mi abuelo debió darse cuenta porque subió a hombros a mi hermano. Mala suerte; me pegué a su pierna. Pude ver el reloj de la Gran Vía. Diecinueve grados. Las 19:29. Empezamos a avanzar lentamente. Todo el mundo está de puntillas, me fijo en los pies porque es lo poco que puedo ver. Parece que mi abuelo es un buen barco rompehielos. Poco a poco vamos ganando terreno. De repente todo el mundo empieza a gritar y cientos de cuerpos me aplastan al unísono. Avanzamos un poco más y consigo volver a respirar. Por debajo de las piernas de un tipo vislumbro a un apuesto joven rodeado de tres homínidos agorilados. Debe ser él. Se acerca hacia nosotros y la presión aumenta por segundos. Trato de sacar mi mano para que pueda estrechármela. Cada vez está más cerca. De repente, el tipo que está delante de mí se aparta un poco y me hace perder el equilibrio. Caigo hacia delante en el momento en el que su majestad saluda a mi hermano que está a su altura por encima de los hombros de mi abuelo. Estoy apunto de estrellarme contra el suelo pero en el último momento estiro la mano desesperadamente para tocarlo. El azar pone mis dedos en su aparato genital. Le he tocado un huevo al Príncipe.

1 comentario:

Isabel dijo...

jajajajaja si eso es verdad, y que conste que te creo; es una de las anécdotas más graciosas que he oido, digo leido. Te felicito por compartirlo con nosotros jajajajaja